Fotulis y fotelis

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lunes, 6 de febrero de 2017

Fruta podre cai sozinha

En el camino de mi casa a la de mi ex, hay una santería.
Muchas veces pasábamos y yo quería pararme a mirar la vidriera, y él me agarraba del brazo y me hacía apurar el paso, diciendo “No, la que atiende me da miedo, nunca entré pero la veo y me asusta”.
A las pocas semanas de irme de su conflictiva vida, tuve la urgente necesidad (Acá en el plexo solar, como un ardor) de ir a esa santería. Fui con la excusa de comprar unos sahumerios.
Me terminé encontrando con la mujer más adorable, positiva, luminosa del mundo, que me llenó de energías positivas, me abrió un abanico de inquietudes, me llenó de una fe desconocida y me hizo volver a mi casa feliz, llena de consejos y de luz.
Volví con mis sahumerios y unas velas, pensando “Este salame le tenía miedo a la persona más adorable del mundo”.
Y si.
La oscuridad repele a la luz.
Como no tenerle miedo a quien es positiva en serio (No de la boca para afuera). Como no tenerle miedo a quien no cree sabérselas todas, si no que está abierta a aprender todo el tiempo.
Y de repente, fue todo más claro.
 Yo soy luz.
Y durante un tiempo muy corto, no hicieron más que apagarme. Y resurgí, y me encendí, y brillé más que nunca, con nuevas ganas de aprender, con una fe nueva, con un camino nuevo, con muchísimas inquietudes nuevas.
 Recién estoy asomándome al árbol.
La fruta podrida cae sola.
 Una vez por semana vuelvo a la santería a comprar mis cositas y a cargarme de energías lindas. El día que me anime, le voy a contar a la dueña todo esto.
Sin saberlo, me cambio la vida.

 

viernes, 27 de enero de 2017

Vueltas al sol

En mi primer sesión de terapia, le conté a mi psicóloga algo que hoy les voy a contar a ustedes. Ella, dejándose vencer por la mujer y no por la profesional, se sacó los lentes, me miró, y dijo “Vos me estás jodiendo? Que hijo de puta”.
Días antes, les había contado esto mismo a mi mamá y a mi mejor amigo, entre lágrimas. Lo había reprimido hasta el punto de olvidarlo, pero ahí estaba el recuerdo, agazapado entre las sombras, empezando a asomar y a doler, como quien aparece de golpe, te mete una patada en los tobillos y sale corriendo.
Era la noche anterior al cumpleaños de Lucas.
Lo pasábamos juntos porque al día siguiente era la fiesta y yo no estaba invitada al CUMPLEAÑOS DE MI NOVIO.
 Fuimos a cenar a una parrilla, más allá de los 15 minutos que me taladró la cabeza insistiéndome con que tome vino (No tomo alcohol, ni una gota, desde el 99, pero claramente, yo no podía elegir) y haciéndome pasar un momento de mierda criticándome que “Que te cuesta, es mi cumpleaños” (Si, me cuesta, no me gusta, me hace mal), comimos bien.
Antes de ir a su casa, pasamos a buscar el regalo de cumpleaños por la mía. Había pasado una semana preparándole una bandeja pintada a mano y un portallaves con los logos de Batman, cuidé cada detalle, la pinté con el amor más inmenso del mundo, la barnicé, la cuidé de cualquier marca, la envolví con delicadeza. Hice a mano también una tarjetita que decía “Que tu sonrisa ilumine tus días. Felices 33 vueltas al sol”.
En el taxi, le doy el paquete. Mira la tarjeta, la lee, y dice “Que es esta pelotudez de las vueltas al sol, está de moda? Están todos diciendo la gansada esa”.
El taxista me miró por el espejo retrovisor.
Pude sentir la lástima en sus ojos.
Lástima de mi.
 Seguramente hice algún chiste para zafar de la situación, y seguramente todos nos habremos reído. Pero esa mirada, al día de hoy, la siento encima.
Mirada de “No flaca, que hacés acá, con este idiota”
Y no, la verdad, no sé que hacía ahí, con ese tipo que necesitaba humillarme y despreciar todos mis intentos por acercarme a él y achicar las distancias que nos separaban. Lo peor es que semanas después, en la última reconciliación, él dijo tener un “Recuerdo hermoso de esa noche”.
Yo no. Mi único recuerdo es la mirada del taxista.
“No flaca…que hacés acá”
Y el día que me acordé de eso, vinieron, solitas, las miradas de otros taxistas que escucharon chistes desubicados (“No me hagas fajarte delante del señor”) y que se quedaron en silencio. Si tan solo UNO hubiera frenado y le hubiera dicho “No pibe, como vas a joder con eso?”. O si tan solo yo, ahí mismo, hubiera dicho BASTA, y me hubiera bajado del taxi.
Que impotencia que Lucas jamás se haya dado cuenta del daño que me hizo (Muchas veces siendo totalmente consciente de ello, y siendo advertido), que impotencia que jamás haya pedido un perdón sincero, un “Tengo un problema y necesito ayuda” (Yo realmente hubiera peleado a su lado por ayudarlo, hasta ese punto llegaba mi amor). Que impotencia callarse por miedo (Otra vez el miedo) a ser la ex resentida (Resentida de que?) que impotencia ser cómplice del maltrato que alguna otra mujer está recibiendo, o recibirá por parte suya.
Yo voy a estar bien, de hecho, honestamente, estoy muy bien, integra, en paz, y llena de amor. Amor puro, no del otro. Pero, cada tanto, cuando la gladiadora descansa y la guardia baja, entran estos recuerdos, que ya comienzan a ser anécdotas y no tienen el poder de amargarme el día, y una sombra de tristeza me cubre los ojos. Al igual que a ese taxista.

 

sábado, 21 de enero de 2017

Mi amor llega en la tortuga

Hoy alguien a quien adoro con toda mi alma y todos los huesos (Eternamente amor hacia vos, R) me dijo “No escribís más en tu blog?”. Y ahí me acordé.
La última vez que escribí acá, escribí feliz y llena de amor. Creía estar enamorada y creía que me amaban.
9 meses después (Un parto, dirían las viejas) eso se terminó.
 Fui inmensamente feliz por ciertos momentos y fui inmensamente infeliz en la gran mayoría.
Me costó horrores tomar la decisión de dejar a alguien a quien creía amar, pero que me estaba lastimando, castigando y humillando. Y supongo que en cierto punto, parte de su maltrato ha surgido de darse cuenta que yo no era más la mujer feliz que había conocido.
Así y todo, pese a lo tóxico que se tornó, no puedo odiarlo y siempre le enviaré amor. El amor que no pude sentir hacía él. Yo me enamoré de cómo me trataba ANTES y de cómo me sentía yo con su amor. Y eso lo pude entender luego de infinitos días de llanto pre y post separación, luego de infinitas charlas con amigos, luego de hablarlo con mi psicóloga (Era inevitable terminar en el diván), luego de buscar reemplazarlo con otras personas y otros cuerpos y luego de largas noches creyendo que la culpa era mía.
Y no.
La culpa no es 100% de uno. Ni del otro.
Parte de ser adultos es hacerse cargo de los errores y de las cosas que uno dejó que ocurran. Es mi error haber permitido ciertos maltratos, ciertos chistes agresivos, ciertas efusividades, ciertos desplantes. Es mi error no haber escuchado a la voz interna que te dice “No estás segura de esto, no sigas” desde el día 1.
Mi miedo hasta hace poco era no volver a sentir ese tipo de amor del principio, y lejos de buscar enseguida algo similar (Porque el hombre no olvida, reemplaza, y la mujer no olvida, supera) prioricé sanar, aprender, entender, llorar y limpiar. Creo que sería muy egoista y enfermizo de mi parte enchufarle la resaca de una relación a alguien nuevo, eso lo hacen los adolescentes y yo ya soy una mujer adulta e inteligente. Primero yo, luego alguien más.
Y un día desperté y me sentí infinitamente llena de amor, tengo amigos que estuvieron junto a mi para escucharme llorar, para hacerme reír y para enojarse conmigo.
 De todo se aprende y cada relación deja una enseñanza. Yo con Lucas aprendí que no quiero a mi lado gente que no dialogue, que no acepte que su forma de hacer las cosas no siempre es la mejor, que me gustan las cosas en igualdad de condiciones y que siempre voy a dar la cara y a bancarme las que se vengan.
Si algo me enseñó mi padre, es a ser valiente y a enfrentar y afrontar las cosas. Y eso jamás cambiará pese a todo.
Y como dijo mi psicóloga, esta no era una oportunidad en el amor. Mi oportunidad aún no llegó, y fue necesario pasar una relación de mierda, con alguien de mierda, inmaduro, cobarde e inestable, para estar lista, fuerte y abierta para la real oportunidad.
Acá la espero. Integra, en paz.