Fotulis y fotelis

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viernes, 27 de enero de 2017

Vueltas al sol

En mi primer sesión de terapia, le conté a mi psicóloga algo que hoy les voy a contar a ustedes. Ella, dejándose vencer por la mujer y no por la profesional, se sacó los lentes, me miró, y dijo “Vos me estás jodiendo? Que hijo de puta”.
Días antes, les había contado esto mismo a mi mamá y a mi mejor amigo, entre lágrimas. Lo había reprimido hasta el punto de olvidarlo, pero ahí estaba el recuerdo, agazapado entre las sombras, empezando a asomar y a doler, como quien aparece de golpe, te mete una patada en los tobillos y sale corriendo.
Era la noche anterior al cumpleaños de Lucas.
Lo pasábamos juntos porque al día siguiente era la fiesta y yo no estaba invitada al CUMPLEAÑOS DE MI NOVIO.
 Fuimos a cenar a una parrilla, más allá de los 15 minutos que me taladró la cabeza insistiéndome con que tome vino (No tomo alcohol, ni una gota, desde el 99, pero claramente, yo no podía elegir) y haciéndome pasar un momento de mierda criticándome que “Que te cuesta, es mi cumpleaños” (Si, me cuesta, no me gusta, me hace mal), comimos bien.
Antes de ir a su casa, pasamos a buscar el regalo de cumpleaños por la mía. Había pasado una semana preparándole una bandeja pintada a mano y un portallaves con los logos de Batman, cuidé cada detalle, la pinté con el amor más inmenso del mundo, la barnicé, la cuidé de cualquier marca, la envolví con delicadeza. Hice a mano también una tarjetita que decía “Que tu sonrisa ilumine tus días. Felices 33 vueltas al sol”.
En el taxi, le doy el paquete. Mira la tarjeta, la lee, y dice “Que es esta pelotudez de las vueltas al sol, está de moda? Están todos diciendo la gansada esa”.
El taxista me miró por el espejo retrovisor.
Pude sentir la lástima en sus ojos.
Lástima de mi.
 Seguramente hice algún chiste para zafar de la situación, y seguramente todos nos habremos reído. Pero esa mirada, al día de hoy, la siento encima.
Mirada de “No flaca, que hacés acá, con este idiota”
Y no, la verdad, no sé que hacía ahí, con ese tipo que necesitaba humillarme y despreciar todos mis intentos por acercarme a él y achicar las distancias que nos separaban. Lo peor es que semanas después, en la última reconciliación, él dijo tener un “Recuerdo hermoso de esa noche”.
Yo no. Mi único recuerdo es la mirada del taxista.
“No flaca…que hacés acá”
Y el día que me acordé de eso, vinieron, solitas, las miradas de otros taxistas que escucharon chistes desubicados (“No me hagas fajarte delante del señor”) y que se quedaron en silencio. Si tan solo UNO hubiera frenado y le hubiera dicho “No pibe, como vas a joder con eso?”. O si tan solo yo, ahí mismo, hubiera dicho BASTA, y me hubiera bajado del taxi.
Que impotencia que Lucas jamás se haya dado cuenta del daño que me hizo (Muchas veces siendo totalmente consciente de ello, y siendo advertido), que impotencia que jamás haya pedido un perdón sincero, un “Tengo un problema y necesito ayuda” (Yo realmente hubiera peleado a su lado por ayudarlo, hasta ese punto llegaba mi amor). Que impotencia callarse por miedo (Otra vez el miedo) a ser la ex resentida (Resentida de que?) que impotencia ser cómplice del maltrato que alguna otra mujer está recibiendo, o recibirá por parte suya.
Yo voy a estar bien, de hecho, honestamente, estoy muy bien, integra, en paz, y llena de amor. Amor puro, no del otro. Pero, cada tanto, cuando la gladiadora descansa y la guardia baja, entran estos recuerdos, que ya comienzan a ser anécdotas y no tienen el poder de amargarme el día, y una sombra de tristeza me cubre los ojos. Al igual que a ese taxista.