Me encantaría tener las cosas claras a mis 33 años, pero no.
Me doy cuenta que existen cosas que jamás entenderé, cosas a las que tengo
miedo. Miedo a tener miedo.
El amor es una de ellas. El amor me da miedo. Necesito a mi
lado a alguien que no tenga miedo, que me ayude a naturalizar las cosas y a
espantar fantasmas. Pero pareciera que así como yo, hay muchos miedosos. Más de
los que imagino.
Y si a mi miedo, le sumamos el miedo de otro…me alejo. Apenas
puedo con mis miedos, no tengo energías para los miedos de otro.
Y cuando pensás “Ah, si acá intento, si acá pongo un poco de
interés, podría ser, ojo”, y el miedo ajeno te empieza a poner paredones…me
alejo. Ya no tengo ganas de perder tiempo, ni sentir tristezas, ni extrañar, ni
nada de eso.
Claramente no existe la persona que yo necesito. Y
claramente no me sale fingir onda con quienes me dan a entender que no le pondrán
ganas a la posibilidad de ser, quizás, esa persona.
Y me alejo.
Y no me gusta la persona en la que me convierto cuando me
alejo. Cada día mas cariñosa con los amigos, cada día más fria con el resto. Justamente
yo, que soy lo más franela del mundo.
Y vuelvo a levantar paredones, y les pongo doble capa de
cemento. No sea cosa que venga el lobo y de un soplido me los derribe.
Quizás sea tiempo de ser el lobo y no uno de los tres
chanchitos. Quien sabe.
Si algo aprendí, es que quien me suma miedos, no me sirve.
Quien no se la juega por mi, tampoco.