Fotulis y fotelis

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lunes, 15 de febrero de 2010

El verso de la comida afrodisiaca

Comer y beber, como cualquier acto placentero, puede estar dotado de sensualidad. Un vino o un chocolate, además de alimentar, despiertan los sentidos, estimulan, cambian el humor, y pueden sumar puntos en una cita. Una cena (salvo que se trate de un guiso carrero con vino de damajuana) también puede ser sexy. Sin embargo, una cosa es que colabore con el ambiente de una velada, y otra muy distinta es que tenga propiedades mágicas capaces de incrementar el deseo sexual.
Tener que ponerle apio a una ensalada para llevarse a alguien a la cama, lejos de sensualizar la comida, la vuelve una estrategia de solteronas y de impotentes que, en estado de desesperación, recurren a los trucos más bajos para lograr que alguien les haga un mimo.
Si creemos que los alimentos tienen la virtud de elevar el deseo sexual, también deberíamos aceptar que un perfume o una vela pueda tener las mismas propiedades afrodisíacas ¿Qué diferencia habría, entonces, entre quien elabora un plato afrodisíaco para una cita y los mamarrachos que compran feromonas en perfume vía Mercadolibre para seducir a su pareja? ¿O entre los que dicen que la canela es erótica y las señoras que, asesoradas por una bruja del barrio, compran velas y hacen macumbas para recuperar a su marido? Absolutamente ninguna. Nadie ha conseguido tener más sexo llenando un tupper de camarones, poniéndose perfume con olor a celo, o rezándole a San Expedito. Y si lo hizo, no ha podido probarlo.
A más de un empresario gastronómico se le ha mezclado lo sensual con lo sexual, lo erótico y lo escatológico, lo íntimo con lo privado, y lo desinhibido con lo asqueroso, y a la comida propiamente dicha, le han sumado shows de tríos sexuales, taxi boys bailando enroscados en un caño engrasado, títeres pornográficos con escenas de sexo explícito y aquadance nudista.
Sin ir más lejos, cuando pienso que alguien describió un solomillo como “fálico” o un roll con el adjetivo “erógeno” no me imagino a un chef piola y buen mozo. Más bien visualizo a un gordito de quince años lleno de granos, que vive encerrado en el baño masturbándose con alguna vedette que vio en la tele y se ríe cada vez que alguien dice “pija” o “teta”. Tampoco veo a una pareja linda, exitosa, canchera, que tiene buen sexo, pagando $ 300 para comerse una flor genital de salmón bañada en vaselina, mientras una bailantera en pollerita de modal se frota contra un palo engrasado al lado de la mesa.

Y esta apreciación de ninguna manera tiene que ver con ser conservador o con ser aburrido, sino con el sentido común. No puedo creer que una pareja se excite comiendo un plato de ñoquis al lado de dos bailarines musculosos y llenos de esteroides que se frotan al lado de la quesera. Y ni hablar de quienes no están en pareja. Con una mano en el corazón: ¿qué harían ustedes si conocen a un candidato interesante y cuando salen a comer afuera se pide el postre “Sudor de Nena Virgen” que ofrece un restaurante local? ¿Le arrancan la ropa con los dientes, o se van al baño corriendo y no aparecen en la mesa nunca más?
Pero para experimentar esta sanata en todo su esplendor no es necesario salir a comer afuera u olfatear los fluidos corporales de un par de bailarines calentorros en un restaurante cuya dueña es una de las más mediáticas vedettes de la farándula local. Hoy en día, es muy fácil conseguir bombones en forma de teta o una torta esculpida en forma de consolador para que tu pareja, tus amigas o un compañero de trabajo, puedan sentir el placer de morder un escroto de mazapán. Sí, como leyeron: a los títeres pornográficos y a los lomitos violadores, se le suman los bocaditos en forma de pito, los torsos musculosos de chocolate brillante y las tortas en forma de culo con unas tangas de glasé real tan coloridas y llenas de puntilla que parecen haber salido directamente de una vidriera del Bolishopping.
Según las tres empresas de repostería erótica que ofrecen sus productos online, son muchos los que eligen regalar golosinas afrodisíacas para mejorar su vida sexual. Los hombres, para jugar y experimentar con sus parejas o para burlarse de un compañero de trabajo, avergonzándolo con petit fours en forma de pene. Las mujeres, en cambio, para despedidas de solteras, para cenas con amigas, o para sorprender a un marido aburrido que espera el mismo aniversario de siempre. ¡Sí, claro! Me imagino lo que debe mejorar tu vida sexual cuando al final de una cita romántica sacás del freezer un helado en forma de pene erecto bañado en chocolate o cuando sorprendés a tu esposa con un consolador comestible de veinte centímetros, con testículos de chocolate y una vela metida en la uretra, empotrado en el centro de una torta de llena de merengues y guindas de fantasía.
La cocina afrodisíaca será una mentira chabacana y bastante boba, pero si en una cena servís un pene helado sobre la mesa, lo más posible tu pareja no quiera tener sexo, pero se va a sorprender. Eso seguro.